Aprovechando que septiembre es el mes de los nuevos propósitos, hace unas semanas decidí que quería ser cool.
Ya sabéis, estar in, ir a la última, no desentonar, esto es “molar”. Ser un tipo nuevo.
Como dudaba de mi capacidad de conseguirlo por mi mismo, hablé con mi amigo Mauro y planeamos una serie de días de training. Mauro me dijo que al fin y al cabo ser cool en Madrid era un poco más fácil que serlo por decir algo, en Úbeda, donde uno no puede pasar de ser “raro”, provocador, cultureta o gafapasta, así que aprendí la primera lección “Ser cool en Madrid es muy cool”. Que alivio!!!
Mauro decidió que para empezar debía cambiar un poco mis hábitos. Comer menos, hacer más ejercicio, no salir hasta el amanecer, abandonar ese constante humor sarcástico. Creo que Mauro se dio cuenta pronto que estaba ante una difícil tarea conmigo, pero he de decir que mi amigo puso toda su voluntad.
Aprendí que la primera regla para ser cool es sentirse a gusto con uno mismo; orgulloso de haberse conocido vamos y que partiendo de ahí todo se transmite a los demás con flow, sin zancadillas.
El sentirse a gusto con uno mismo, que es algo tan original como la definición que haría Carmen Lomana de la elegancia, debe someterse a duras reglas de constatación y es por ello que entendí haríamos muchas de las cosas que ahora explicaré.
«Ser cool no es gratis» decía Mauro. «Ser cool se trabaja».
Empezamos por unas lecciones básicas de vestimenta, que he de decir me resultaron bastante divertidas, aunque extrañas a la vez.
Mauro decidió que debía jubilar a la hora de trabajar mi traje de Massimo Dutti negro y mi corbata de regalo de reyes de Loewe y cambiarla por camisas blancas de gemelos y dos americanas azules con ribetes en los ojales. Pronto me di cuenta que inevitablemente lo de ser cool no me iba a salir del todo barato, pero que las tiendas donde fuimos a comprar olían muy bien, así que decidí no preocuparme demasiado.
Conocí una tienda que se llama El Ganso, que inventaron unos tipos de Majadahonda y otra que se llama Hackett que dice Mauro puso de moda Marichalar hace un montón de años y empecé a empaparme de mi nueva condición.
Tuvimos que comprar un par de pantalones chinos para combinar con las chaquetas y un par de zapatos de ante , mas unas zapatillas de loneta azul,que yo pensé ya las llevaba Miliquito cuando el Vip Noche, pero en fin tampoco quise preguntar demasiado y menos reírme, por eso de evitar el sarcasmo.
El caso es que en el curro el tema calo bastante, al menos la primera mañana; alguna compañera me dedicó algún que otro piropo, otras preguntaron por mi corbata en algo que a mí me pareció de un sarcasmo nada nada cool y el caso es que gané en seguridad al menos unos dos días, ya que el tercero apareció el becario que se parecía a un tal Velencoso, que yo pensaba que era un cantante brasileño y nadie me volvió a hacer ni puto caso.
Lo de la vestimenta fue también divertido para salir por la noche. Mauro me recomendó que me comprara una sudadera. Lo habéis leído bien, una sudadera con capucha. Yo no entendí como iba a ganar seguridad con algo así, hasta que llegué a Brooksfield.
Todo lo que gané en seguridad con mi sudadera azul de capucha y esas letras para que nadie tuviera duda donde la había comprado, la perdí de golpe en mi tarjeta de crédito. 170 € y la confianza por las nubes.
«Tú querías ser cool» decía mi amigo. «Pues ni una nota de ironía, !!!seguridad coño!!!»
Concluí con Mauro que dado que el desembolso empezaba a tocarme ligeramente la autoestima, estuviera donde estuviese en mi anatomía, utilizaría mis dos pares de vaqueros de siempre para combinarlos con mi nueva adquisición y que las preciosas camisetas blancas a la caja de cuello impoluto para llevar bajo mi Brookesfield, no pasarían en ningún caso de 20 €,, así que fuimos a comprarlas a HM y Zara que también descubrí eran sitios muy cool por eso del contraste.
Decidido a la idea de ser un hombre nuevo, un peluquero amigo de Mauro vino a cortarme el pelo a su casa y me dio forma a mis incipientes entradas como si fuera el hermano mayor de los Jonas Brothers y en fin también me aconsejó utilizar una crema de noche para las patas de gallo , que se me habían formado del sarcasmo de mi antigua vida.
Con estas, y tras haber sustituido los partidos de basket y de fútbol siete en campo de hierba, por varias sesiones de body combact en un supergimnasio rodeado de famosos, yo estaba dispuesto a salir y disfrutar de mi nueva condición de tipo cool con autoestima, con pantalones pesqueros, zapatillas de goma y tres o cuatro quilos menos,fruto de mi dieta de un único plato de vegetales y cakis, con queso fresco por la noche.
Así que aquel primer jueves tuvimos un buen plan con Mauro, un plan in de verdad. La idea era hacer un afterwork en un garito de Madrid con sus compañeros cool de curro. Pronto descubrí que las reglas del afterwork se reducían a seis premisas básicas la más de raras
Regla 1- Nadie bebe más de una copa
Regla 2-Todo el mundo se retira en el momento en que uno parece que va a divertirse.
Regla 3-La excusa para retirarse debe parecer de lo más misteriosa y criptica, tipo «Lo siento me están esperando», o «perdón tengo otro compromiso»
Regla 4-Nadie demuestra tener hambre o similar
Regla5-Todo el mundo pide que no se hable de curro pero todo el mundo lo hace
Regla 6-Nadie parece querer acostarse con nadie
He de reconocer que tuve que sufrir agarrado al cordón de mi Brookesfield durante los dos primeros días, pero ahora que ya le he cogido el truco puedo asegurar que me empieza a resultar hasta divertido. Alguna vez incluso he fantaseado con seguir a los amigos de Mauro tras la excusa de turno o en llevarme panchitos y tirarlos al aire como los adiestradores hacen con los boquerones y los delfines, pero Mauro tiene una mirada que acuchilla. Eso si, he conocido un montón de peña que hace corporate finance y anuda más deprisa que yo su sudadera
El caso es que uno estos días después del afterwork a un amigo ligeramente sarcástico se le ocurrió ir a cenar y entonces descubrí, El Gastrobar.
Para los que no lo sepáis, el Gastrobar es también un sitio imprescindible para ser cool de verdad. Es tan imprescindible y tan cool que posiblemente en Ubeda estén ahora mismo montando uno.
A mí me llevaron a uno que se llama Le Cabrera. Los gastrobares tiene también algunas características que los hacen especiales; a saber.
- Es difícil encontrarlos de cojones, porque el minimalismo cool ha hecho que el letrero en que se anuncia el garito casi ni se vea. Si le añadimos una entrada pequeña y angosta, ir de gastrobar es casi como ir a una rave clandestina pero con sudadera
- Sentarse es imposible. Los gastrobares suelen tener una barra de diseño moderna con sillas incomodas de huevos, donde te cuelgan los pies como a Rockefeller, el muñeco de José Luis Moreno. Eso, si te sientas , porque los gastrobares se han vuelto tan famosos y tan cool que normalmente uno debe conformarse con que la Brookesfield de su compañero de al lado huela menos que lo que sirven en la barra
- En los gastrobares se come poco o casi nada. Si uno va con un grupo de amigos de seis personas por ejemplo, en la mayoría de los casos de seres humanos normales, el 99% de la gente llegará a casa soñando con un whopper con doble de pepinillos, que ya hay que tener ganas de soñar. Eso si, la comida es cojonuda, cada bocado es un deleite de sabor y además no engorda, como los cakis.
- En los gastrobares se paga un poco menos que por la Brookesfield, pero uno siempre sale diciendo” es la mejor patata brava que comí en mi vida”, o “es la mejor cucharada de risotto que probé jamás”, o “no he podido dejar hueco para el postre” que yo pregunté a Mauro si era sarcasmo o no, porque ya he empezado a no distinguir.
En este gastrobar en el que yo estuve con los amigos de Mauro, tienen también una zona separada para tomar cócteles cojonudamente presentados de los que claro, solo puedes tomar uno para no desentonar. Lo bueno es que hay sillones para hablar tranquilamente, donde te llevan las patatas bravas con forma de prisma a la mesa y todas las mesas parecen enormes por lo pequeñas que son las patatas.
Además las paredes están decoradas con papel de pared de los de los años 60 y a mi recordaron a la habitación de mi abuela, con sus flores rosas y sus pájaros. Ah, en estos gastrobares nadie parece querer acostarse tampoco con nadie y además los camareros visten del Ganso.
Así que tras unas semanas metido en el mundo de lo chic y lo cool, andaba yo casi transformado en una nueva persona, cuando conocí con Mauro el templo de lo cool de nuestra ciudad, aquello que me hizo plantearme lo bueno que seria que empezase ya la Champions para quitarme mi sudadera y saltar al campo, aquello que me devolvió a la vida de un ostión : El Pianobar o el Toni2, ese garito de Chueca.
Caímos a las 2 de la mañana por casualidad, tras una hora esperando para cenar en el gastrobar y una copa larga bien saboreada en nuestro afterwork de fin de semana.
«No te lo puedes perder» me dijo Mauro. Aquí sí que hay que dejarse ver.
No soy capaz de recordar exactamente que esperaba, ensimismado antes de cruzar la entrada de este templo de la modernidad. Sé que los quince euros de peaje me parecieron ridículos metido en mi nueva condición, que en uno de los porteros de la entrada creí adivinar mi traje de Massimo Dutti tan lloroso en mi armario. Nada importó.
Yo estaba en el Toni2 con mi amigo Mauro y en ese momento supe lo que era ser moderno, y pensé en Úbeda, y en los cakis y en el bodycombact y en las patatas con forma de prisma y en mi sudadera, claro. Todo me había llevado hasta allí y por fin lo había entendido. El sentido de ser moderno era mamarse en el Toni2 y caer rendido delante de aquel antiguo piano, bajo aquel espejo dorado que ya no era capaz de devolver las imágenes del bar, como los espejos del callejón del Gato de Valle Inclan, pero solamente allí, rodeado de otras sudaderas como la mía, de las mismas gafas de pasta, de los mismos flequillos de peluquería particular.
Había tardado un mes para que Mauro me descubriera su secreto y el de sus amigos de afterwork, que ahora reían y cantaban como poseídos canciones de doña Concha Piquer; pero por fin había conseguido ser cool y no había sido consciente hasta entonces. Allí cantando por el Puma, había llegado al final.
Pedí seis whiskis y Mauro y yo salimos cogidos de los brazos cantando la Campanera, hablando de Manolito Gafotas. Conocí a Carmen, de 70 años, rubia de bote, moderna como la que más, mamada como un piojo y a Pablo que había sido hippie y tenia dentadura postiza y esta vez sí que quería follar, y descubrí un montón de gente de mi empresa desbordantes de alegría como yo, liberados pensé o no, y mirándose a los ojos de aquella manera.
Y así, sin darme cuenta, llegue hasta mi casa andando, resbalando victorioso.
Os confieso que sin saber por qué había roto el cordón de mi sudadera, imagino que de un ataque de modernidad, de mi sudadera Brookesfield de 170 €
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