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Posts Tagged ‘tapas en Madrid’

 

De vuelta al otoño capitalino, tres nuevas recomendaciones gastronómicas de locales no obligadamente recientes, pero que dejan claro que comer en Madrid sigue siendo un magnifico placer si uno no equivoca su elección entre moderneces a medio cocer y “musts” del petardeo . Si uno no sucumbe a la llamada a la oración del snobismo paleto, y sortea la concentración de  aspirantes a nuevos ricos en crisis. Si se olvida de García de Vinuesa, los Gvines, las  lechugas de diseño y los sushis de tortilla, que tiene cojones…

En Conde Peñalver 86, Paco Quirós ha abierto hace poco más de un año uno de las barras más creativas de la capital, Cañadío.

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Excelentes pinchos con el punto exacto de sofisticación, un tratamiento perfecto del producto y unos sabores reconocibles y nítidos. Su local, concebido como una zona  de entrada para tapear y un restaurante donde comer de modo más tranquilo y formal, ha ido creciendo en público por el efecto boca a boca , hasta terminar el verano como una de las terrazas más agradables y solicitadas de la ciudad. Llegado el otoño, es mejor aparecer alrededor de las nueve para hacer presa a alguno de los contados taburetes y disfrutar como en si en palco del Bernabéu se tratara, del festival de cocina en miniatura que se cuece aquí.

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Magnífica y poco hecha su tortilla de patatas y pimientos, espárragos envueltos en tempura con crema, suaves y crujientes; pinchos de pulpo en su cocción perfecta y así innumerables creaciones en un local muy animado donde tomar igualmente una buena copa. Los precios son ajustados y los camareros encantadores.  Como asignatura pendiente, visitar su bonito comedor con cocina a la vista, como marcan los nuevos cánones.

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Mucho tiempo llevábamos queriendo visitar Sacha. Pues bien, el precioso bistrot de Sacha Hormaechea, nos dejó sin elogios. Una sosegada parada en el tiempo en este comedor afrancesado, a camino entre un coqueto local francés y un salón de casa repleto de recuerdos. Ambiente más que cálido y un local que se define en su entrada como Botillería y Fogón (moderneces fuera). Por su ubicación,  en un recodo de la calle Juan Hurtado de Mendoza 11, Sacha parece escondido como no queriendo hacer demasiado ruido, no dejarse descubrir cobijado por el jardín que protege su preciosa entrada. Camareros con edad y chaleco de los que no dan ni amor ni desconfianza, pura profesionalidad de vieja escuela. Candelabros y paredes en azul, vajillas clásicas, cuadros de gastados marcos en ocre. Una más que tradicional barra de licores al fondo, dibujada entre una luz tenue buscadamente romántica.

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La comida es un homenaje a la delicadeza y al sabor. Sin más aditivos. Excepcionalmente ligera su falsa lasaña de changurro, de pasta finísima que parece confitada en oro por un magnífico aceite, con la justa guindilla y un suave y sabroso marisco. Imbatible la tiernísima y hecha en su punto, ventresca de atún, repleta de aroma y matices. Posiblemente, como el steak tartar, la mejor que he comido en Madrid. De este último, suavidad, gustosidad, frescura, de un aderezo ligado y redondo, excelso para acompañar por unas patatas fritas con ese  aceite milagroso.

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A los postres, sublime tarta de manzana con crema inglesa. Clásica, amarga y juguetona en el paladar. Tarta de abuela sabia para este local de otros códigos y otro tiempo. Absolutamente imprescindible para conquistar o ser conquistado.

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Finalmente, una confirmación. Un paso o tres adelante del mejor restaurante temático de la ciudad. El Cheese Bar de Poncelet en José Abascal 61. Abierto hace tres años al albur del exitazo de la increíble tienda de quesos de la Calle Argensola, en nuestra primera visita, el Cheese Bar era el mismo local moderno de maderas claras, con ese aire más escandinavo que quesero, límpido, funcional y correcto. El servicio, aún en fase de ajuste, desentonaba en ocasiones y la carta no era más que un complemento poco trabajado de sus sensacionales tablas de quesos.

Esta semana hemos descubierto un magnífico local, con la misma amplitud y originalidad de su inauguración y tal vez con ese pequeño pero de su excesiva frialdad en el ambiente, quizad buscado. Sin embargo, su carta gastronómica ha crecido exponencialmente. Multitud de platos, entrantes, acompañamientos, opciones para queseros y menos queseros. Un espléndido abanico de opciones alrededor del elemento rey en la casa.

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Obligadas las degustaciones de sus magnificas tablas .Probamos dos tablas de seis quesos- en parte a nuestra elección, en parte bajo el criterio de sus maestros queseros que trabajan tras una muy amplia y a la vista barra circular. Antes, croquetas doradas de suave queso, perfectamente fritas, excelsa burrata con atún rojo, bombones de foie y mascarpone que se deshacían en la boca y originales cocas de vieras, verduras y queso crema, crujientes y ligeras a la vez. Mucho más que hace tres años.

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La carta de quesos sigue siendo mareante y es mejor dejarse aconsejar por los especialistas. También hay cartas del día o por países, Cualquier idea es poca para facilitar la labor dentro del festival. La carta de vinos tan amplia como la primera y los postres al mismo nivel. Y para los horteras además enfrente está el MOMA y toda su gente….

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La calle Doctor Castelo es un sonido de mi niñez. Cuando el Madrid ganaba sus dos últimas copas de la UEFA allá por mitad de los 80 y el futbol no se televisaba y había que oírlo con la radio pegada al moflete, un tipo llamado Héctor del Mar nos llenaba de gol el corazón con su garganta prodigiosa. En aquellos partidos siempre había un imborrable corte publicitario que anticipaba las hazañas de Butragueño y compañía

Restaurante la Hoja-Asturias en Madrid. Doctor Castelo 48.

Así, de algún modo, aquella calle siempre ha estado unida a la bendita sensación de los triunfos agónicos del equipo de los sueños de un niño. El marcharse a dormir dibujando el remate decisivo en el Bernabéu, el notar la hierba en las rodillas y el alma encogida. Todo eso es para mí, inconscientemente, la Calle Doctor Castelo.

Hoy, casi 30 años después la calle es posiblemente el mejor escaparate en Madrid para seguir otra liturgia casi tan obligatoria como el equipo de Chamartín. Tapear.

Al margen de los clásicos y referentes de la cocina asturiana en Madrid como Casa Portal con su imprescindible  tortilla con mucha cebolla y tomate muy desecho y el citado La Hoja, la calle se ha convertido en un corto pero excepcional exponente de la convivencia en nuestra ciudad de la tradición tabernaria con la llegada de un renovado concepto de aquello que hace ya siglos, nuestros antepasados solían pergeñar sobre una jarra de vino para evitar que perdiese el alcohol. Taparla.

En el numero 2, junto al Parque del Retiro, nació en el año 2009, Arzabal. Ese mismo año Metrópoli lo elegía restaurante revelación en Madrid y desde entonces, el camino de esta Taberna de nuevo cuño y cuidada estética,  ha sido tan exitoso que sus dueños replicaron el modelo al año siguiente con un local gemelo en la Avenida Menéndez Pelayo.

Al abrigo del Casón, Arzabal nos recibe con su cálida atmósfera de comedor francés cuidadamente modernizado, con sus grandes pizarras jugando con nuestra gula, con una pequeña barra gestionada con profesionalidad. En Arzabal, las raciones son medias o enteras, lo que se agradece en la purista tarea de tapear sin parar en exceso en cada estación del recorrido. Deliciosa torta de aceitao, gran burrata aliñada, espetos malagueños o en temporada grandiosos boletus que también se convierten en suculentas croquetas. Copas de vino con etiquetas clásicas y curiosas, conservas premium y un aire de renovación en la taberna que hace muy agradable su visita.

Subiendo desde la acera de los pares, en el numero 14  nos recibe La Taberna El Capricho. El Capricho es la recreación de esa taberna clásica de principios del siglo pasado, con candelabros de mimbre luciendo en ocre y grifos de cerveza metálicos donde espuma y agua juguetean buscándose. Aquí se viene a comer ibéricos y buenas raciones de pescado frito (adobos, boquerones, puntillitas). Tienen una excepcional brandada de bacalao y los postres no desentonan. Como hace cien años, también se pueden ver servilletas en el suelo y colas de gambas cocidas, como la metáfora de esa Heraclita ciudad que se balancea entre su abrazable historia y la alegría de la modernidad.

Si en el Capricho se comen pescados, en La Montería esa intención se convierte en Arte. En la Calle Lope de Rueda 35 justo enfrente de la anterior, el local ayuda desde 1963 al barrio del Retiro y Salamanca a ese ritual tan mágico que es el aperitivo; todo  sin haber perdido nunca un ápice del espíritu y la calidad con que fue creado. Monterías son aquí lo que en el resto de bares de la ciudad se llaman tigres y en su deleite se entiende porque en su barra adquirieron el derecho de denominación singular. Deliciosos mejillones desechos en besamel con su punto de tomate y vinagre exactos para llegar suntuosos a la boca, perfectamente dorados. Junto a ello algunas de las mejores frituras de la ciudad y excepcionales raciones de caza (perdiz, venado etc). Socarronería en la barra y profesionalidad por los cuatro costados, en un local invariablemente lleno donde hacerse un hueco para apoyar la caña espumosa se convierte también en un arte torero.

Solo subiendo ocho números desde El Capricho, en el 22 llegando a la perpendicular Narváez, La Castela nos recibe en su pequeña barra ofreciéndonos el que para algunos es el marisco más fresco de la ciudad. Atestado a la hora del aperitivo y los fines de semana, la parroquia viene a degustar aquí maravillosas gambas blancas, berberechos y almejas a un precio comedido, y percebes de destacable tamaño. Tiene una gran variedad de vinos servidos por copas y según los días elaboran también maravillosos guisos entre los que destacar sus insuperables garbanzos con langostinos.

Pero para la opinión de este cronista la estrella de la calle llegó hace menos de un año y está en el número 30, nada más pasar Casa Portal.

La Taberna Laredo ya tenía un local en la calle Menorca donde había conseguido un público fiel a base de un producto de calidad y un honesto tratamiento del género. Su local de Doctor Castello es una maravillosa vuelta de tuerca. Un espacio estéticamente intachable de formas sencillas y espacios diáfanos diseñado por el ubicuo Joaquín Torres, y coronado por una magnífica y modernísima barra en U en un elegante color negro.

El producto es el mismo que en Menorca pero el refinamiento en los acabados convierten a La Taberna Laredo en la que hoy por hoy es la mejor taberna para tapear en Madrid. Excepcionales croquetas de tomate y parmesano, tempuras crujientes y jugosas, desde verduras a cigalas en su punto perfecto, arrebatadora anguila sobre burrata cremosa, dados de rape fresquísimos, marisco de primera tratado con sencillez, una melosa carrillada de cerdo que se deshace en la boca, arroces en su punto perfecto y postres excelsos, como el pastel de chocolate con aceite de oliva.

El sitio está normalmente muy concurrido y reservar en el comedor del nivel superior es tarea de varias semanas, pero la visita y la caza de algún taburete merece la mejor de las paciencias , o como diría mi adorado Héctor del Mar la mejor de las gargantas clamando por ser atendida, como un gorgorito futbolero en Chamartín, como un postrero gol de Santillana.

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Aprovechando que septiembre es el mes de los nuevos propósitos, hace unas semanas decidí que quería ser cool.

Ya sabéis, estar in, ir a la última, no desentonar, esto es “molar”. Ser un tipo nuevo.

Como dudaba de mi capacidad de conseguirlo por mi mismo, hablé con mi amigo Mauro y planeamos una serie de días de training. Mauro me dijo que al fin y al cabo ser cool en Madrid era un poco más fácil que serlo por decir algo, en Úbeda, donde uno no puede pasar de ser “raro”, provocador, cultureta o gafapasta,   así que aprendí la primera lección “Ser cool en Madrid es muy cool”.  Que alivio!!!

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Mauro decidió que para empezar debía cambiar un poco mis hábitos. Comer menos, hacer más ejercicio, no salir hasta el amanecer, abandonar ese constante humor sarcástico. Creo que Mauro se dio cuenta pronto que estaba ante una difícil tarea conmigo, pero he de decir que mi amigo puso toda su voluntad.

Aprendí que la primera regla para ser cool es sentirse a gusto con uno mismo; orgulloso de haberse conocido vamos y que partiendo de ahí todo se transmite a los demás con flow, sin zancadillas.

El sentirse a gusto con uno mismo, que es algo tan original como la definición que haría Carmen Lomana de la elegancia,  debe someterse a duras reglas de constatación y es por ello que entendí haríamos muchas de las cosas que ahora explicaré.

«Ser cool no es gratis» decía Mauro. «Ser cool se trabaja».

Empezamos por unas lecciones básicas de vestimenta, que he de decir me resultaron bastante divertidas, aunque extrañas a la vez.

Mauro decidió que debía jubilar a la hora de trabajar mi traje de Massimo Dutti negro y mi corbata de regalo de reyes de Loewe y cambiarla por camisas blancas de gemelos y dos americanas azules con ribetes en los ojales. Pronto me di cuenta que inevitablemente lo de ser cool no me iba a salir del todo barato, pero que las tiendas donde fuimos a comprar olían muy bien, así que decidí no preocuparme demasiado.

Conocí una tienda que se llama El Ganso, que inventaron unos tipos de Majadahonda y otra que se llama Hackett que dice Mauro puso de moda Marichalar hace un montón de años y empecé a empaparme de mi nueva condición.

Tuvimos que comprar un par de pantalones chinos para combinar con las chaquetas y un par de zapatos de ante , mas unas zapatillas de loneta azul,que yo pensé ya las llevaba Miliquito cuando el Vip Noche, pero en fin tampoco quise preguntar demasiado y menos reírme, por eso de evitar el sarcasmo.

El caso es que en el curro el tema calo bastante, al menos la primera mañana; alguna compañera me dedicó algún que otro piropo, otras preguntaron por mi corbata en algo que a mí me pareció de un sarcasmo nada nada cool y el caso es que gané en seguridad al menos  unos dos días, ya que el tercero apareció el becario que se parecía a un tal Velencoso, que yo pensaba que era un cantante brasileño y nadie me volvió a hacer ni puto caso.

Lo de la vestimenta fue también divertido para salir por la noche. Mauro me recomendó que me comprara una sudadera. Lo habéis leído bien, una sudadera con capucha. Yo no entendí como iba a ganar seguridad con algo así, hasta que llegué a Brooksfield.

Todo lo que gané en seguridad con mi sudadera azul de capucha y esas letras para que nadie tuviera duda donde la había comprado, la perdí de golpe en mi tarjeta de crédito. 170 € y la confianza por las nubes.

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«Tú querías ser cool» decía mi amigo. «Pues ni una nota de ironía, !!!seguridad coño!!!»

Concluí  con Mauro que dado que el desembolso empezaba a tocarme ligeramente la autoestima, estuviera  donde estuviese  en mi anatomía, utilizaría mis dos pares de vaqueros de siempre para combinarlos con mi nueva adquisición y que las preciosas camisetas blancas a la caja de cuello impoluto para llevar bajo mi Brookesfield, no pasarían en ningún caso de 20 €,, así que fuimos a comprarlas a HM y Zara que también descubrí eran sitios muy cool por eso del contraste.

Decidido a la idea de ser un hombre nuevo, un peluquero amigo de Mauro vino a cortarme el pelo a su casa y me dio forma a mis incipientes entradas como si fuera el hermano mayor de los Jonas Brothers y en fin también me aconsejó utilizar una crema de noche para las patas de gallo , que se me habían formado del sarcasmo de mi antigua vida.

Con estas, y tras haber sustituido los partidos de basket y de fútbol siete en campo de hierba, por varias sesiones de body combact en un supergimnasio rodeado de famosos, yo estaba dispuesto a salir y disfrutar de mi nueva condición de tipo cool con autoestima, con pantalones pesqueros, zapatillas de goma y tres o cuatro quilos menos,fruto de mi dieta de un único plato de vegetales y cakis,  con queso fresco por la noche.

Así que aquel primer jueves tuvimos un buen plan con Mauro, un plan in de verdad.  La idea era hacer un afterwork en un garito de Madrid con sus compañeros cool de curro.  Pronto descubrí que las reglas del afterwork se reducían a seis premisas básicas la más de raras

Regla 1- Nadie bebe más  de una copa

Regla 2-Todo el mundo se retira en el momento en que uno parece que va a divertirse.

Regla 3-La excusa para retirarse debe parecer de lo más misteriosa y criptica, tipo «Lo siento me están esperando», o «perdón tengo  otro compromiso»

Regla 4-Nadie demuestra tener hambre o similar

Regla5-Todo el mundo pide que no se hable de curro pero todo el mundo lo hace

Regla 6-Nadie parece querer acostarse con nadie

He de reconocer que tuve que sufrir agarrado al cordón de mi Brookesfield durante los dos primeros días, pero ahora que ya le he cogido el truco puedo asegurar que me empieza a resultar hasta divertido. Alguna vez incluso he fantaseado con seguir a los amigos de Mauro tras la excusa de turno o en llevarme panchitos y tirarlos al aire como los adiestradores hacen con los boquerones y los delfines, pero Mauro tiene una mirada que acuchilla. Eso si, he conocido un montón de peña que hace corporate finance y anuda más deprisa que yo su sudadera

El caso es que uno estos días después del afterwork a un amigo ligeramente sarcástico se le ocurrió ir a cenar y entonces descubrí, El Gastrobar.

Para los que no lo sepáis, el Gastrobar es también un sitio imprescindible para ser cool de verdad. Es tan imprescindible y tan cool que posiblemente en Ubeda estén ahora mismo montando uno.

A mí me llevaron a uno que se llama Le Cabrera. Los gastrobares tiene también algunas características que los hacen especiales; a saber.

  1. Es difícil encontrarlos de cojones, porque el minimalismo cool ha hecho que el letrero en que se anuncia el garito casi ni se vea. Si le añadimos una entrada pequeña y angosta, ir de gastrobar es casi como ir a una rave clandestina pero con sudadera
  2. Sentarse es imposible. Los gastrobares suelen tener una barra de diseño moderna con sillas incomodas de huevos, donde te cuelgan los pies como a Rockefeller, el muñeco de José Luis Moreno. Eso, si te sientas , porque los gastrobares se han vuelto tan famosos y tan cool que normalmente uno debe conformarse con que la Brookesfield de su compañero de al lado huela menos que lo que sirven en la barra
  3. En los gastrobares se come poco o casi nada. Si uno va con un grupo de amigos de seis personas por ejemplo, en la mayoría de los casos de seres humanos normales, el 99% de la gente llegará a casa soñando con un whopper con doble de pepinillos, que ya hay que tener ganas de soñar. Eso si, la comida es cojonuda, cada bocado es un deleite de sabor y además no engorda, como los cakis.
  4. En los gastrobares se paga un poco menos que por la Brookesfield, pero uno siempre sale diciendo” es la mejor patata brava que comí en mi vida”, o “es la mejor cucharada de risotto que probé jamás”, o “no he podido dejar hueco para el postre” que yo pregunté a Mauro si era sarcasmo o no, porque ya he empezado a no distinguir.

En este gastrobar en el que yo estuve con los amigos de Mauro, tienen también una zona separada para tomar cócteles cojonudamente presentados de los que claro, solo puedes tomar uno para no desentonar. Lo bueno es que hay sillones para hablar tranquilamente, donde te llevan las patatas bravas con forma de prisma a la mesa y todas las mesas parecen enormes por lo pequeñas que son las patatas.

Además las paredes están decoradas con papel de pared de los de los años 60 y a mi recordaron a la habitación de mi abuela, con sus flores rosas y sus pájaros. Ah, en estos gastrobares nadie parece querer acostarse tampoco con nadie y además los camareros visten del Ganso.

Así que tras unas semanas metido en el mundo de lo chic y lo cool, andaba yo casi transformado en una nueva persona, cuando conocí con Mauro el templo de lo cool de nuestra ciudad, aquello que me hizo plantearme lo bueno que seria que empezase ya la Champions para quitarme mi sudadera y saltar al campo, aquello que me devolvió a  la vida de un ostión : El Pianobar o  el Toni2, ese garito de Chueca.

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Caímos a las 2 de la mañana por casualidad, tras una hora esperando para cenar en el gastrobar y una copa larga bien saboreada en nuestro afterwork de fin de semana.

«No te lo puedes perder» me dijo Mauro. Aquí sí que hay que dejarse ver.

No soy capaz de recordar exactamente que esperaba, ensimismado antes de cruzar la entrada de este templo de la modernidad. Sé que los quince euros de peaje me parecieron ridículos metido en mi nueva condición, que en uno de los porteros de la entrada creí adivinar mi traje de Massimo Dutti tan lloroso en mi armario. Nada importó.

Yo estaba en el Toni2 con mi amigo Mauro y en ese momento supe lo que era ser moderno, y pensé en Úbeda, y en los cakis y en el bodycombact y en las patatas con forma de prisma y en mi sudadera, claro. Todo me había llevado hasta allí y por fin lo había entendido. El sentido de ser moderno era mamarse en el Toni2 y caer rendido delante de aquel antiguo piano, bajo aquel espejo dorado que ya no era capaz de devolver las imágenes del bar, como los espejos del callejón del Gato de Valle Inclan, pero solamente allí, rodeado de otras sudaderas como la mía, de las mismas gafas de pasta, de los mismos flequillos de peluquería particular.

Había tardado un mes para que Mauro me descubriera su secreto y el de sus amigos de afterwork, que ahora reían y cantaban como poseídos canciones de doña Concha Piquer; pero por fin había conseguido ser cool y no había sido consciente hasta entonces. Allí cantando por el Puma, había llegado al final.

Pedí seis whiskis y Mauro y yo salimos cogidos de los brazos cantando la Campanera, hablando de Manolito Gafotas. Conocí a Carmen, de 70 años, rubia de bote, moderna como la que más, mamada como un piojo y a Pablo que había sido hippie y tenia dentadura postiza y esta vez sí que quería follar, y descubrí un montón de gente de mi empresa desbordantes de alegría como yo, liberados pensé o no, y mirándose a los ojos de aquella manera.

Y así, sin darme cuenta, llegue hasta mi casa andando, resbalando victorioso.

Os confieso que sin saber por qué había roto el cordón de mi sudadera, imagino que de un ataque de modernidad, de mi sudadera Brookesfield de 170 €

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